jueves, 1 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia212

    Isaías 58-62


    A Isaías se le dijo: Habla con voz fuerte y sin miedo a Israel acerca de su rebelión y de sus pecados; ¿trabajo difícil el de los profetas de Dios cierto? Pero bastante necesario. Israel había roto su comunión con Dios a causa de sus ofensas, y, aunque Dios hubiese decidido salvarlos, no lo haría sin antes mostrarles lo terrible de su falsa adoración. Como es común de los religiosos, o de aquellas personas que no desean caminar una milla más hacia la búsqueda real de la presencia de Dios, los israelitas hicieron alarde de todo aquello que "hacían" para recibir su bendición, y he aquí donde pienso que estaba el verdadero problema; ellos fingían una adoración mecánica y aprendida, para participar en una especie de intercambio de favores con el Señor; dejando muy lejos la verdadera humillación de su espíritu delante de Él; aún pretendieron desafiar a Dios diciendo que sus ayunos no les estaban brindando los resultados esperados, pues el Señor ni siquiera los recibía. ¿Será que los hijos de Dios podemos llegar a ser tan arrogantes como para pensar que Él está de algún modo obligado a cumplir todos nuestros caprichos?, o, ¿Que no se da cuenta cuando nos acercamos a su presencia solo cuando necesitamos algo?, o ¿Será como me dijo mi Pastor en estos días? que todo el tiempo queremos que Él nos llene, pero no vamos hasta su altar para ser verdaderamente saciados. Definitivamente hay mucho para reflexionar. Cuando los israelitas (y nosotros), fuesen realmente honestos en su adoración, y cuando ofrecieran al Señor verdaderos frutos dignos de arrepentimiento, entonces su salvación llegaría como el amanecer, y sus heridas serían curadas; su justicia los guiaría hacia adelante y atrás los protegería la gloria del Señor. Sepan algo, y más allá, créanlo; cuando actuamos de este modo, es cuando podemos estar seguros de que llamaremos a Dios y Él nos responderá; “sí, aquí estoy”, contestará enseguida. Yo quiero eso, ¿Ustedes no? Y estoy dispuesta a hacer todo lo que Él me pida para vivirlo. 

    La mano de Dios no se había acortado para salvar, pero los hebreos se habían contaminado de maldad, mentira e iniquidad, y todos sus pecados hicieron división entre ellos y el Señor; una división que ni el mismo Dios pudo soportar. Aún el pecado más oscuro podía y puede ser limpiado por la misericordia de Dios, y donde hay arrepentimiento, hay salvación. Israel confesó su maldad, reconocieron haber ofendido a Dios y sabían que eran sus propios pecados los que los acusaban; al ser infieles al Señor, se convirtieron en seres violentos y traicioneros, engañadores y burladores de la justicia; pero Dios, el gran Dios, les mostró compasión; entonces decidió usar su propio poder y así les dio la salvación. Al ver el poder de Dios todo el mundo temblaría de miedo, porque Dios vendría con la furia de un río desbordado, y empujado por un fuerte viento; Él vendría a salvar a los que vivían en Jerusalén, y a todos los israelitas que se arrepintieran de sus pecados; y juró que así sería. Luego de todo esto, se formaría una nueva Jerusalén, es así, todo el redimido obtiene para si, una nueva vida; y ese nuevo pueblo, formado por un nuevo pacto de amor y perdón, se levantaría y resplandecería con la luz de Jehová, y aunque la tinieblas cubrirían la tierra, y oscuridad las naciones; sobre ellos amanecería Jehová, y sobre todos sería vista su gloria. Para todo Israel, y aún para este nuevo Israel insertado que somos los creyentes en Jesucristo, el sol no es necesario como luz de día, ni el resplandor de la luna es necesario por las noches, porque Jehová es nuestra luz perpetua, y Él será nuestro resplandor. Las buenas nuevas de Salvación para Sión estaban cargadas de galardones: Buenas noticias a los abatidos, consuelo a los quebrantados, libertad a los cautivos, apertura de cárcel a los presos, consuelo para los enlutados, alegría para el Espíritu angustiado; todo un tiempo de buena voluntad agradable y perfecta de parte de Dios para el receptor de sus bendiciones. Después de permanecer un largo tiempo anunciando un mensaje de juicio, Isaías pudo gozarse en esta nueva esperanza para su pueblo, una palabra dada por él, pero cumplida en la vida más preciosa que ha podido y podrá existir: La del ungido de Dios, Jesucristo el Rey.  Jerusalén en vez de desamparada y desolada sería llamada ciudad deseada, y todos sus habitantes serían pueblo Santo, redimidos de Jehová. Hasta lo último de la tierra se escuchó: viene su Salvador; he aquí su recompensa con él y delante de Él su obra. ¡Aleluya!



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