lunes, 12 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia219

    Jeremías 21-25

    Cuando Nabucodonosor, rey de Babilonia, empezó a hacer guerra contra Judá, el Rey Sedequías le pidió a Jeremías que rogara a Dios para que los ayudara e hiciera un milagro en favor de ellos; parece que en en este punto eliminar a Jeremías ya no era el objetivo; lo cierto es que Dios tenía otro plan y se lo comunicó a Jeremías, el Rey de Babilonia los atacaría y tendría la ayuda del propio Dios y de todo su poder para destruirlos; el Señor les mandaría una enfermedad terrible que mataría a todos los que vivían en esa ciudad, y hasta a los animales. Sedequías y sus oficiales serían puestos en manos de Nabucodonosor y de todo su ejército, y la gente que no hubiese muerto por la enfermedad, la guerra o el hambre sería asesinada por el rey sin compasión. El Señor estaba cansado de tratar con bondad a Judá, por eso serían entregados al rey de Babilonia, y serían destruidos con fuego; el Señor juró que así lo haría. Jeremías también debió ir al Palacio, y comunicar a todos los jefes de Judá que todos serían castigados. Luego de la muerte de Josías, reinó Joacim en su lugar, y aunque pensó que su reinado sería muy grande y poderoso, realmente nunca involucró la adoración a Dios en sus planes, por lo que finalmente él también sería sometido por los babilonios y moriría sin ser perdonado por el Señor. Al empezar a reinar Joaquín, en lugar de Joacim, su padre, sería expulsado del país y entregado también en manos de Babilonia y de su ejercito; él y su madre serían enviados a un  país extranjero, y aunque quisieran volver a Israel, nunca más iban a poder hacerlo, y ninguno de sus hijos llegaría a ser rey de Judá.

    ¿Ninguna de estas revelaciones parecían ser alentadoras cierto? Pero a veces hace falta conocer las malas noticias, para poder reconocer y apreciar las buenas; no todo iba a estar perdido, es que para Dios, nunca, nada lo está. Pasado un tiempo luego del cautiverio, el Señor permitiría que su pueblo volviese a su país, y se convirtiese en una gran nación; les daría otros gobernantes que lo protegieran, y así no volverían a tener miedo. En ese futuro, gobernaría el Rey justo y sabio, un príncipe hermoso de la familia de David, el cual sería dichoso, y haría juicio y justicia en la tierra; en sus días sería salvo Judá, e Israel habitaría confiado; el nombre con el cual llamarían a ese rey sería: Jehová, justicia nuestra. Dios no guarda para siempre su enojo, recuerda esto cuando pienses que ya no hay salida. Después de que Nabucodonosor, rey de Babilonia, desterró a Joaquín, hijo de Joacim, rey de Judá, junto con todas sus autoridades y todos los artífices y los artesanos, el Señor le dio una nueva visión a Jeremías: Vio dos canastas de higos colocadas frente al templo del Señor en Jerusalén, una canasta estaba llena de higos frescos y maduros, mientras que la otra tenía higos malos, tan podridos que no podían comerse. los higos buenos representaban a los desterrados que Dios envió de Judá a la tierra de los babilonios; Él Señor velaría por ellos, los cuidaría y los traería de regreso a Jerusalén; sin embargo, los higos malos representaban al rey Sedequías de Judá, a sus funcionarios, a todo el pueblo que quedó en Jerusalén y a los que vivían en Egipto, ellos serían objeto de horror y de maldad para todas las naciones de la tierra; y se les enviaría guerra, hambre y enfermedad hasta que desaparecieran de la tierra de Israel. 

    Dios le dio al profeta Jeremías un mensaje para todo el pueblo de Judá, ese mensaje lo recibió cuando Joacim, hijo de Josías llevaba cuatro años como rey de Judá, y Nabucodonosor tenía un año de reinar en Babilonia; Jeremías tenia veintitrés años profetizando en nombre de Dios, el primer mensaje le fue dado cuando Josías tenía trece años de reinar en Judá; y a pesar de permanecer anunciando esos mensajes una y otra vez, el pueblo nunca quiso hacerle caso. Judá finalmente recibiría el anunciado castigo, el rey de Babilonia y todos los ejércitos del norte irían contra ellos, quienes los destruirían por completo y los convertirían en un montón de ruinas. Toda la tierra se convertiría en un desolado territorio baldío, Israel y las naciones vecinas servirán al rey de Babilonia por setenta años; entonces, después que hubiesen pasado los setenta años de cautiverio,  el Señor castigaría al rey de Babilonia y a su pueblo por sus pecados, en proporción a todo el daño y al sufrimiento que le causaron a su pueblo. El Señor hizo beber de la copa de su enojo a todos los reinos del mundo, y al hacerlo, recibirían también castigos terribles; acaso, después de castigar a Jerusalén, cuidad que llevaba el nombre de Dios, ¿Dejaría a los demás sin castigo? Él juzgaría a todos los habitantes de la tierra, y mataría con espada a todos los perversos. En verdad que si uno ve las barbas del vecino arder, debe poner las suyas en remojo. 


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