miércoles, 7 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia214

      Jeremías 1-3

    Hoy empezamos un nuevo Libro, ¡Jeremías! El famoso profeta llorón, y vamos a ir descubriendo el porqué de este particular apodo. Jeremías provenía de una familia de sacerdotes, y su principal labor fue llamar al arrepentimiento al reino de Judá cuando Josías llevaba trece años como rey; también se le dieron otros mensajes durante los reinados de Joacín y de Sedequías, hijos del rey Josías, hasta la cautividad de Jerusalén. Desde antes de que Jeremías naciera, el Señor lo había elegido y apartado para que hablara en su nombre a todas las naciones del mundo; y aunque Jeremías tuvo miedo por su poco vocabulario y por su juventud, el Señor todopoderoso le tocó los labios y le dijo: No digas que eres muy joven, a partir de este momento tú hablarás por mí; irás a donde yo te mande, y dirás todo lo que yo te diga. El Señor comunicó sus planes acerca del castigo que recibiría Judá, y le ordenó que fuese y dijese todo lo que Él había mandado. Jeremías iba a enfrentarse a todas las autoridades de Judá, y ellos pelearían con él; pero Dios le aseguró que no iban a poder vencerlo, porque su presencia estaría a su lado para cuidarlo. El Señor haría a Jeremías tan fuerte como un poste de hierro, como un portón de bronce, y como una ciudad amurallada. 

    Judá se rebeló contra su Dios, por eso Jeremías debía decirle a todos los habitantes de Jerusalén, que el Señor, quien los liberó de Egipto, quien los llevó por el desierto, por un terreno seco y peligroso, donde nadie pasa y donde nadie vive; los había llevado a buena tierra, donde había comida en abundancia, pero ellos todo lo ensuciaron, y convirtieron su tierra en un lugar asqueroso. Los sacerdotes nunca preguntaron por Él, los maestros de Biblia jamás lo conocieron, los dirigentes pecaron contra Dios, y los profetas nunca hablaron en su nombre; todos se volvieron tras otros dioses que no servían para nada, y en nombre de ellos si hablaron. Jamás se había conocido una nación que hubiese abandonado a sus dioses, aun cuando sus dioses fuesen falsos; pero los israelitas habían cambiado al Señor, quien es el Dios verdadero y glorioso, por dioses inútiles, y así de inútiles se volvieron ellos también. El pueblo de Dios cometió dos pecados: Dejaron a Dios, que era para ellos una fuente de agua les daba vida, y se hicieron sus propios estanques, que no podían retener el agua; el Señor era su guía, pero ellos lo rechazaron. En medio de la aflicción, Jerusalén buscaría ayuda en Egipto, si, los mismos que los habían tenido cautivos años atrás, ya saben que solo el ser humano tropieza dos veces con la misma piedra; pero la indignación de Dios era tan grande, que prometió que regresarían de Egipto derrotados y llenos de vergüenza; simplemente nada los salvaría de lo que Dios ya había decidido hacer. Para el Señor Israel era como una esposa infiel, sus dioses eran más numerosos que los amantes de una prostituta; en los cerros altos y bajo la sombra de cualquier árbol adoraban a dioses extraños, y aunque el Señor pensó que después de haberlo engañado tanto, se arrepentirían y volverían con Él, no fue así. Tanto Israel como Judá traicionaron a Dios, lo pusieron en vergüenza y contaminaron con idolatría sus países; todos, habían herido el corazón del Señor.


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