viernes, 2 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia213

 
 
Isaías 63-66

Hoy terminamos de leer Isaías, y debo decir que luego de estos 66 capítulos, amo mucho más a mi Dios y Salvador Jesucristo; cada vez que reflexiono en el gran amor de Dios y en el sacrificio de la cruz me lleno de aliento, de fortaleza, de paz, de consuelo; el Rey murió por mi, y ese es mi mayor regalo. Nada que en mis propias fuerzas pueda conseguir, ninguna alegría terrenal, ningún beneficio postrero o anhelo cumplido por él mismo, se compara con la Gloria que vivo y que viviré eternamente en su presencia. A Isaías pienso que se le dio uno de los mayores privilegios: Ser el encargado de anunciar al Mesías, pero no nos engañemos, ese privilegio también es nuestro, y debemos tomarlo, y usarlo para siempre proclamar el nombre sobre todo nombre y las buenas noticias de Salvación para el mundo. Ya saben que lo mio, lo mio, es el evangelismo; y este Libro, sin duda, me hizo atesorar aún más mi llamado y mi deseo de predicar a Jesús. El Señor marcharía con fuerza, vestido de vestiduras reales y proclamando su salvación; en su enojo pisaría a sus enemigos como si fuesen uvas, pues era la hora de cobrar venganza por su pueblo, y de rescatar a sus hijos de sus opresores. Cuando Israel sufría, él Señor también sufría, y aunque ellos se rebelaron contra él y entristecieron a su Santo Espíritu; Él personalmente los rescató y en su amor y en su misericordia los redimió. Desde el principio del mundo, ningún oído ha escuchado, ni ojo ha visto a un Dios como Jehová, quien actúa a favor de los que esperan en él.

Israel se había apartado de los caminos del Señor y a causa de su terquedad, dejaron de termerle; sin embargo, también reconocieron su desobediencia, y oraron por misericordia y perdón; y esto es, lo más importante en miras a mantener y a recuperar, dado el caso, una relación sana y estable con Dios. El pueblo de Dios tuvo la humildad de admitir que habían sido afectados e infectados por el pecado, y que su impureza los apartaba de Él; por lo que clamaron para ser perdonados y restaurados, intercedieron por sus ciudades destruidas, y le pidieron su ayuda para ser librados de nuevo, del desierto abrasador que significa permanecer lejos de su presencia; a todo esto el Señor respondió de una manera magistralemente amorosa: Estaba listo para responder, pero nadie me pedía ayuda; estaba listo para dejarme encontrar, pero nadie me buscaba. ¡El está! El siempre está, y aún cuando nuestras acciones o actitudes de algún modo puedan hacer división entre Él y nosotros, Él siempre estará allí, en el mismo lugar, dispuesto a limpiarnos, sanarnos, perdonarnos y darnos una nueva oportunidad; y esto es algo por lo que nunca, nunca vamos a poder pagar. Su amor es extraordinariamente inagotable. Por su misericordia el Señor conservaría un remanente del pueblo de Israel y de Judá, para que poseyeran la tierra; una tierra nueva y una nueva Jerusalén que sería un lugar de felicidad, con un pueblo que sería fuente de alegría.


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