martes, 20 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia226

    Jeremías 50-52

    Te invito a escribir "Babilonia" en el buscador de internet de tu computadora, y que veas lo que aparece, una antigua ciudad de la Baja Mesopotamia que actualmente se encuentra en ruinas; y si quieres profundizar tu investigación buscando imágenes de la ciudad en la actualidad, solo verás panorámicas de algunos restos arqueológicos consolidados y parcialmente reconstruidos; dicho en otras palabras: Esta nación desapareció; tal y como fue predicho por Jeremías muchísimos años atrás mediante la Palabra de Dios. Luego de que el Señor usara a los babilonios para castigar a su pueblo, y de que las demás naciones enemigas también recibieran su sanción, Babilonia no saldría ilesa de todos los males que causó; una nación la atacaría desde el norte y traería tal destrucción que nadie volvería a vivir allí. Todo desaparecería, y huirían tanto las personas como los animales. Parece que en este punto conclusivo de los discursos de Jeremías, se guardó lo mejor para el final, o lo peor en este caso. La caída de Babilonia sería inevitable, la tierra se iba a llenar de vergüenza y deshonra; se convertirían en la última de las naciones, un desierto de tierra seca y desolada. A causa del enojo del Señor, Babilonia se convirtió en una tierra baldía y desierta, y todos los que pasan por allí quedan horrorizados ante la ruina y la desolación que se ve. 

    En esos días, habría esperanza para Israel y judá, quienes volverían a su hogar y se  aferrarían al Señor con un pacto eterno que nunca se olvidaría. Los israelitas habían sido como ovejas esparcidas por los leones, primero los devoró el rey de Asiria, y después Nabucodonosor, rey de Babilonia; pero ambos reyes, al igual que sus tierras, serían castigados, e Israel volvería a su propia tierra, y no se encontraría pecado en Israel ni en Judá, porque el Señor perdonaría al remanente que había guardado para sí. En Jerusalén se contaría como el Señor se vengó de los que destruyeron su santo Templo, y como el terror cayó sobre los babilonios; a ellos se les haría lo mismo que ellos hicieron a otros, porque desafiaron al Señor, al Santo de Israel. En Babilonia todos los jóvenes caerían en las calles y morirían, lo mismo que todos sus soldados; la espada de Dios golpearía a sus funcionarios y guerreros mas poderosos. Todos sus caballos, sus carros de guerra, sus aliados de otras tierras y sus tesoros serían acabados sin compasión. Así como Babilonia mató a la gente de Israel y a la gente de otros pueblos por todo el mundo, asimismo moriría su gente. Jeremías registró en un rollo todos los terribles desastres que pronto vendrían sobre Babilonia y se lo dio a un oficial del Estado Mayor para que lo leyese en Babilonia, cuando fuese con el rey Sedequías durante el cuarto año de su reinado; después que el rollo se leyera, debía ser atado a una piedra y arrojado al río Éufrates; pues, de la misma manera en la que el rollo se hundiría en el río, así se hundiría el pueblo de Babilonia para no levantarse jamás. Y así terminaron los discursos de Jeremías y el libro que lleva su nombre. 


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