Jeremías 4-6
¿Cómo te sentirías si Dios
te dice: -Voy a destruir tu nación, no quedará nada de ella-? Jeremías sintió
tanto dolor, que su corazón se agitaba dentro de él. El enemigo vendría de
tierras lejanas para invadir y destruir a Judá, y el Señor lo permitiría; sus
propios hechos habían traído el juicio sobre ellos, y el amargo castigo los
penetraría. Jeremías tuvo una visión del desastre venidero, una tierra vacía y
sin forma; ciudades arrasadas y en ruinas, la bella Jerusalén, quedaría casi
sin poder respirar. Creo que de haber sido Jeremías, también habría llorado, y
mucho. Aunque sigo clamando y creyendo que la Gloria de Dios viene sobre
Venezuela y que Él, puede sanar mi nación, no ha sido fácil ver como cada día
satanás se ha levantado para hurtar, matar y destruir mi país de diversas
maneras; solo espero ese día, en el cual, de toda esta tierra seca brotarán
hermosos manantiales de vida, y en el cual la presencia del todopoderoso y del
gran YO SOY, nos de descanso. Así como un cáncer puede esparcirse por todo el
cuerpo, los pecados de Judá se multiplicaron en toda la nación; si al menos se
encontraba una sola persona justa y honrada, el Señor no los destruiría, pero
lamentablemente esto no fue así; la irreverente y ensoberbecida apostasía de
este pueblo, había alcanzado el extremo. Al abrir una sola puerta a satanás,
viene otra y después otra, y otra y otra; y sino permaneces alerta, apartado
para Dios, y cuidando de no caer, muy pronto tu también puedes terminar cargado
de pecados y arrastrado por diversas concupiscencias.
Ni los habitantes de Judá, ni sus lideres
quisieron escuchar a Dios, y se negaron a ser corregidos; eran tercos, de caras
duras como piedra, y se rehusaron
arrepentirse. Los pueblos de Israel y Judá
se llenaron de traición contra Dios. Debido a que el pueblo de Dios se
comportaba de esa manera, el Señor ordenó a Jeremías que sus mensajes saldrían
de su boca como llamas de fuego y quemarían al pueblo como si fuera leña. El
Señor permitiría que Israel y Judá fuesen invadidas y devoradas, sin embargo,
aun en esos días, no iban a ser eliminados por completo. La sentencia era esta:
Ustedes rechazaron a Dios y se entregaron a dioses extranjeros en su propia
tierra, ahora servirán a extranjeros en una tierra que a ustedes no les
pertenece. Los judíos tenían un corazón tan terco y rebelde que se habían
privado de las maravillas de Dios, y su pecado les había robado todas sus
bendiciones. Jeremías continúo su ardua labor advirtiendo a Jerusalén acerca
del juicio venidero de Dios, no obstante, la rebelión del pueblo se mantenía
constante; tan fácil que habría sido arrepentirse, ¿Cierto? Pero el pecado pone
tan grandes velos en nuestros rostros que simplemente nos negamos a escoger un
camino menos tortuoso. El Señor ofreció a Judá un camino justo y una senda
donde encontrarían descanso para sus almas, y sin embargo, ellos lo volvieron a
rechazar; se negaron a escucharlo e ignoraron su Palabra, eran rebeldes de la
peor clase, llenos de calumnia; eran tan duros como el bronce y el hierro y
llevaban a otros a la corrupción. De nada serviría que a ellos se les refinara
ya que su perversidad permanecía; por tanto, el Señor los marcaría como a plata
rechazada, y ahora sería Él quien los desecharía.
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