domingo, 11 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia217

    Jeremías 11-15

    Muchas cosas suceden en este episodio de las Escrituras, pero quizás lo más impactante y aún más conocido, fue la señal del cinto podrido; de verdad que nuestro Dios es experto para mostrarnos de forma muy clara todas las cosas. Jeremías debía comprar un cinto de lino y ponerlo sobre sus lomos, y luego, sin lavarlo, debía esconderlo en un agujero entre las rocas del río Éufrates; Jeremías hizo lo que el Señor le ordenó y después de varios días, el Señor lo mandó de nuevo al río a buscar el cinto, Jeremías tomó el cinto de donde lo había escondido, y cuando lo sacó, vio que el cinto se había podrido y que para ninguna cosa servía; luego vino palabra de Dios a él diciendo: Así haré podrir la soberbia de Judá, y la mucha soberbia de Jerusalén; este pueblo malo, que no quiere oír mis palabras, que anda en las imaginaciones de su corazón, y que va en pos de dioses ajenos para servirles, y para postrarse ante ellos, vendrá a ser como este cinto, que para ninguna cosa es bueno. El Señor había dicho a los antepasados de Judá e Israel: Si me obedecen y hacen todo lo que les mando, serán mi pueblo y yo seré su Dios, advertencia que fue repetida incesantemente por Dios hasta los días en los que Jeremías estuvo pronunciando su mensaje; sin embargo, el pueblo de Dios quebrantó ese pacto y por tanto, iban a ser merecedores de todas las terribles consecuencias que esa violación traía consigo. 

    Muchos quisieron matar a Jeremías para que no siguiera hablando en nombre de Dios, como si esto fuese a darles algún tipo de resultado; pero el mismo Dios prometió a Jeremías castigar a los que querían hacerle daño y le ordenó no orar por ese pueblo, ni levantar clamor por ellos pues Él no oiría ese clamor. Judá se enlutó y todos se sentaron tristes porque se resquebrajó la tierra por no haber llovido en el país, entonces decidieron clamar a Dios y reconocieron que por su propia maldad estaban así, y oraron pidiendo su ayuda; pero el Señor ya había determinado una cosa: castigar sus pecados. Los profetas de Judá, falsamente profetizaban acerca de una paz y un reposo que no vendría, se deleitaban en hablar palabras en nombre de Dios que Él no había enviado ni hablado; sus palabras eran producto de una visión mentirosa, de la adivinación, la vanidad y el engaño de sus corazones. Esos falsos profetas morirían victimas del hambre y de la guerra, y sus cadáveres serían arrojados en las calles de Jerusalén. El pueblo confesó su maldad y rogó para ser librado, pero ya Dios estaba decidido y dijo: Los que están destinados a la muerte, a la muerte; los destinados a la guerra, a la guerra; los destinados al hambre, al hambre; los destinados al cautiverio, al cautiverio. Debido a las cosas perversas que Manasés, hijo de Ezequías, rey de Judá, hizo en Jerusalén, este pueblo sería objeto de horror para todas las naciones de la tierra. Jeremías se sintió muy triste, en todas partes lo odiaban y lo maldecían, y ¿Como no? su mensaje de juicio era demasiado fuerte y muy difícil de resistir; de verdad yo tampoco hubiese querido estar en sus zapatos, y solo siento, al igual que me pasó al leer a Isaías, una profunda y total admiración por estos profetas y los que aún siguen ejerciendo este don y este gran Ministerio de Dios. El Señor consoló a Jeremías, y le dijo: Yo cuidaré de ti, Jeremías; tus enemigos te pedirán que ruegues a su favor en tiempos de aflicción y angustia. La vida del ungido de Dios y del que ha decidido servirle contra todo pronostico, no siempre es fácil; pero siempre, siempre, podremos contar con su ayuda, su presencia y su consuelo, y esa, es la mejor y gran medicina para cualquier herida; el Señor iba a estar con Jeremías para protegerlo y para rescatarlo; Él siempre lo mantendría a salvo. Como maestras de la Palabra también me enfrento a grandes retos, pero hoy Dios también me dice: Tranquila hija, sigue adelante, yo siempre te mantendré a salvo. Gloría sea dada al Rey por siempre y para siempre. 



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