miércoles, 28 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia233

    Ezequiel 20-24

   Quizás al pueblo de Israel podía fallarle la memoria y de pronto podrían olvidar las grandes cosas que Dios había hecho con ellos en el pasado, pero el Señor se encargó de recordarles como a través del tiempo, Él solo se había mantenido como un esposo fiel para todos ellos. Cuando estaban en tierra de Egipto les dijo que echaran de si las abominaciones y que no se contaminaran con sus ídolos, pero ellos no obedecieron y se rebelaron contra Él; aún así, por amor a su nombre, el Señor actuó para sacarlos de allí y llevarlos a la tierra prometida, de ese modo, los sacó de la tierra de Egipto, y los llevó al desierto donde les hizo conocer sus mandamientos. Sin embargo, los israelitas se rebelaron contra Dios y desobedecieron sus enseñanzas; por lo tanto, el Señor amenazó con derramar su furia sobre ellos e hizo planes para consumirlos por completo en el desierto; pero otra vez se contuvo para proteger el honor de su nombre. No obstante, juró que no los dejaría entrar en el territorio que les había prometido, y les advirtió a sus hijos que no siguieran el ejemplo de sus padres, quienes se habían contaminado con dioses falsos; pero esos hijos también se rebelaron contra Dios y profanaron su nombre. todos los israelitas siguieron blasfemando y traicionando el nombre de Dios, pues cuando entraron en la tierra prometida ofrecieron sacrificios en cada colina alta y debajo de cada árbol frondoso que encontraron a ídolos y dioses falsos; por eso, de parte del Señor ya no recibirían nada. Serían gobernados con puño de hierro, con gran enojo y con imponente poder. Pero Dios, siempre Dios, siempre fiel; seguía esperando por el día en que todos reaccionaran, el día donde dejarían de desobedecerlo y de rendirle culto a dioses paganos; cuando ese día llegara, y ellos adoraran a Dios en el gran monte santo de Israel, el Señor los aceptaría y los recibiría como un sacrificio agradable.

    El Señor siguió hablando a Ezequiel y le dijo que se pusiera de cara a Jerusalén y profetizara en contra Israel y sus santuarios, la espada del juicio de Dios iba a ser desenvainada para destruir a toda la gente, a justos y perversos por igual. Ezequiel debía gemir con amarga angustia por las noticias que recibió de parte de Dios, para que todo israelita viera que cuando se hicieran realidad, el corazón más valiente se derretiría de miedo; toda fuerza se desvanecería; todo espíritu decaería; y las rodillas fuertes se debilitarían como el agua. La espada de Dios estaba preparada para masacrar a todo el pueblo, y mientras Ezequiel diera ese mensaje debía gritar, lamentarse, golpearse los muslos con angustia, y tomar una espada y esgrimirla dos veces en el aire, incluso tres, para simbolizar la gran masacre que los amenazaba. El Señor seguía revelando mensajes a Ezequiel para que éste, de forma enigmática pudiese comunicar a los israelitas la invasión inminente; el rey de Babilonia les recordaría su rebelión y los destruiría. Las palabras del Señor fueron duras, y muy pronto lo serían aún más sus acciones; les llamó ciudad de asesinos, condenada y maldita, ciudad de ídolos, inmunda y repugnante; culpable por la sangre que había derramado; contaminada de tal manera con los ídolos que fabricó, que había llegado al fin de sus días. El nombre Santo del Dios de Israel era profanado, mientras que el falso nombre de los ídolos paganos era enaltecido; toda la nación estaba llena de gente que rendía culto a ídolos y hacía cosas obscenas; por eso el Señor batía sus palmas en señal de indignación. Para Dios, los israelitas se habían convertido en la basura que quedaba en el horno después de fundir la plata; dado que todos eran como escoria inservible, serían llevados al crisol de Dios en Jerusalén, y así como en un horno se fundía plata, cobre, hierro, plomo y estaño, ellos serían fundidos con el calor de la furia del Dios todopoderoso. Serían reunidos y soplados con el fuego del enojo del Señor, y se fundirían como plata en el intenso calor. Entonces sabrían que el Señor, había derramado su furia sobre ellos. 



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