jueves, 15 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia223

    Jeremías 34-39

    El día de hoy leeremos acerca de mi actividad favorita, a lo que puedo dedicarle largas horas del día, lo que más disfruto, y lo que he hecho desde que tengo memoria, y esto es: Escribir. El Señor le dio una encomienda especial a Jeremías, debía tomar un rollo de libro y escribir en él todas las palabras que Él le había hablado contra Israel y contra Judá, y contra todas las naciones, desde el día que comenzó a hablarle, hasta ese momento. Creo que me habría encantado poder pertenecer a este selecto grupo de escritores de la Biblia, ¡Que grandisimo privilegio! Pero como se que no hay beneficio sin sacrificio, con la historia de este valiente y afligido profeta, puedo ser testigo una vez más, de que recibir palabra de Dios y tener que comunicarla por cualquier vía, no es un trabajo sencillo. Pero repito, que gran privilegio el poder ser un instrumento para el cumplimiento de los planes del Señor. Bueno, sigamos... Porque solo he leí la linea que decía: Toma un libro y escribe todas las palabras que te he dado; y solo eso bastó para perderme en un mundo de sueños e imaginación jaja.. El propósito de Dios con esta encomienda era que Judá al leer acerca de los terribles castigos que el Señor pensaba darles, se arrepintiera de sus malos caminos y así Él perdonaría sus pecados. Sin embargo, así como este pueblo fue indiferente al mensaje de Dios anunciado por Jeremías de forma verbal, también había decidido ignorar muy abiertamente el nuevo mensaje en forma escrita. Baruc, quien fue asistente de Jeremías en la redacción de todo lo que Dios había mandado a decir, fue el encargado de ir al Templo de Dios y leer en voz alta todo lo que Dios había anunciado. Asimismo como se le pidió, Baruc leyó frente a todo el pueblo lo que Jeremías le había dictado. Ese día se les pidió a todos los habitantes de Judá que ayunaran para honrar a Dios.

    Cuando todos los oficiales del rey escucharon lo que Baruc había dicho, tuvieron miedo, y fueron a ver al rey Joacim para contarle todo lo que habían escuchado, y mientras le leían el libro, el rey lo iba cortando con un cuchillo y lo lanzaba al fuego.  Ni el rey ni los altos funcionarios que oyeron toda la lectura, sintieron miedo ni dieron señales de dolor; y contrario a eso, ordenaron que tanto Jeremías como Baruc fuesen apresados, pero el Señor los ocultó. Después que el rey quemó el rollo con las palabras que Jeremías le había dictado a Baruc, el Señor le dijo a Jeremías que escribiera otro rollo con todo lo que decía el primero, y debía decir al rey que por haber quemado el primer rollo, el rey de Babilonia destruiría el país hasta dejarlo sin hombres y sin animales, y que tanto él como sus funcionarios serían castigados por sus pecados, y todas las calamidades que el Señor había anunciado, caerían sobre ellos; además ordenó el Señor que ninguno de sus hijos llegaría a ser rey de Judá. El rey de Babilonia ordenó que Sedequías hijo de Josías pasara a ser rey de Judá, en lugar de Joaquín hijo de Joacim; pero, tanto el rey, como sus funcionarios, y toda la gente en Judá, seguían indiferentes a los mensajes por parte de Dios. Jeremías fue arrestado pues el capitán de la guardia de Judá creyó que él quería unirse al ejercito Babilonio en su contra; Jeremías le dijo que esa no era su intención, pero él no le creyó y fue llevado a los asistentes del rey, donde le golpearon la espalda y fue encerrado en el calabozo de una prisión por muchos días. Sedequías mandó a llamar a Jeremías y volvió a preguntarle si tenía un mensaje de parte de Dios, hubiese sido muy fácil simplemente dar al rey un mensaje que le agradase para ser librado de los problemas, pero Jeremías permaneció obediente al Señor y volvió a decirle: ¡Sí, lo tengo! Serás derrotado por el rey de Babilonia. Jeremías además le pidió que no lo mandase de nuevo al calabozo, entonces Sedequías ordenó que Jeremías fuese puesto en la prisión del Palacio, y que se le diera un pan recién horneado cada día mientras hubiera pan en la ciudad. 

    Jeremías ni apresado cesó de decir que todo el que se quedara en Jerusalén moriría por guerra, enfermedad o hambre, pero los que se rindiesen a los babilonios vivirían. Esto molestaba tanto a los funcionarios del rey que le decían que Jeremías debía morir, pues esa forma de hablar desmoralizaba en gran manera al poco ejercito que les quedaba y a todo el pueblo; decían que Jeremías era un traidor. El Rey Sedequías estuvo de acuerdo, así que los funcionarios sacaron a Jeremías de la celda y lo bajaron con sogas a una cisterna vacía en el patio de la cárcel, la cisterna no tenía agua pero Jeremías se hundió en una espesa capa de barro que había en el fondo. Jeremías literalmente había tocado fondo, pero el Señor no le permitiría ser probado más allá de lo que pudiera resistir, mucho menos cuando solo le había mostrado fidelidad. Un importante funcionario en la corte intercedió por él ante el rey, entonces el rey le ordenó sacar a Jeremías de la cisterna antes de que muriera. Entonces regresaron a Jeremías a la prisión del palacio y allí permaneció. Sedequías volvió a interrogar a Jeremías, y Jeremías le dijo que si se rendía a los oficiales babilónicos, él y toda su familia viviría, pero que si se rehusaba a hacerlo, no escaparía. Si el rey decidía obedecer a Dios, salvaría su vida. El Rey pidió a Jeremías mantener en secreto esa conversación y éste permaneció encarcelado en el patio de la guardia hasta el día en que Jerusalén fue conquistada. En enero del noveno año del reinado de Sedequías, el rey Nabucodonosor de Babilonia llegó con todo su ejército para sitiar Jerusalén. El rey fue capturado y tuvo que observar como sus hijos eran masacrados; luego le sacaron los ojos y lo ataron con cadenas de bronce para llevarlo a Babilonia. Nabucodonosor ordenó que encontraran a Jeremías y que lo trataran bien y le dieran todo lo que quisiera, así que todos los oficiales del rey sacaron a Jeremías de la prisión y permaneció en Judá, entre su propio pueblo. El Señor dijo a Jeremías: Como has confiado en mí, te daré tu vida como recompensa; te rescataré y te mantendré seguro. ¡Yo, el Señor, he hablado!


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