martes, 27 de septiembre de 2016

La Biblia en un año #Dia232

    Ezequiel 16-19

    Nuevamente dijo Dios a Ezequiel: Hijo de hombre, quiero que comuniques a Jerusalén sus abominaciones. Mientras más leo y leo y leo todas estas profecías, solo pienso en la calidad y la fortaleza espiritual de estos Ministros de Dios. Jerusalén, la joya preciosa de Dios, quien la hizo vivir y la ayudó a florecer como una planta del campo; envuelta en mantos de amor y bañada con aceites fragantes; fue vestida con ropas de seda con bordados hermosos, y fue calzada con sandalias de cuero de cabra; adornada con oro y plata, y alimentada con comida de la mejor calidad; harina selecta, miel y aceite de oliva, lo que la puso más hermosa que nunca. Parecía una reina, y lo era; su fama pronto se extendió por todo el mundo a causa de su belleza. Fue vestida del esplendor de Dios y en su misericordia, Él perfeccionó su hermosura. Sin embargo, se convirtió en una esposa infiel; pensó que era dueña de su fama y su belleza, y se entregó como prostituta a todo hombre que pasaba. Usó los hermosos regalos que el Señor le había dando para construir lugares de culto a ídolos, donde se pervirtió. ¿Cómo pudo ocurrir semejante cosa? Los hijos que la nación había dado a luz para su Dios los sacrificó a falsos dioses. En todos sus años de adulterio y pecado detestable, Jerusalén no recordó ni una sola vez los días pasados, en los cuales Dios le había sido fiel pronunciándole su amor eterno. Además de todas sus otras perversidades, edificó un santuario pagano y levantó altares a ídolos en la plaza de cada ciudad; luego agregó a su lista de amantes al lujurioso Egipto y provocó el enojo de Dios con su creciente promiscuidad. Por estas razones Jerusalén sería golpeada y entregada en manos de sus enemigos, a esos mismos con los que adulteró; quedaría desnuda y destruida delante de sus amantes, quienes se llevarían sus joyas y formarían una turba violenta para apedrearla y despedazarla con espadas.

    Jerusalén recibiría su castigo como la vid que plantada por un águila de plumas grandes y coloridas, decidió extender sus ramas a otra águila mas grande para recibir mayores beneficios; una vid así de ingrata no puede tener éxito, sino que es arrancada del suelo para que se marchite y pierda todas sus uvas. Judá pagaría por rebelarse contra Babilonia y poner su confianza en Egipto, y cuando los babilonios atacaran a Jerusalén, y mataran a mucha gente, de nada le serviría el gran ejército que le mandó el rey de Egipto; aún sus mejores soldados morirían en la guerra, y los que lograran salvarse serían dispersados por toda la tierra. Aunque los israelitas hubiesen vivido bajo el precepto de que las conductas pecaminosas de los padres eran transferidas a los hijos, y por tanto, todo lo que los padres hicieran, los hijos debían pagarlo; el Señor estableció que la muerte seguiría al pecador de forma individual, pues las personas no merecían morir por los errores de los padres; y el hijo que tuviese una conducuta justa y obediente a los mandamientos de Dios, merecia vivir. Quien hace lo bueno recibe lo que merecen sus buenas acciones; quien hace lo malo recibirá lo que merece su maldad. Sin embargo, siempre hay esperanza de misericordia y restauración para el que se arrepiente de su maldad y decide honrar a Dios, para ellos el Señor prometía perdón y no volver a recordar nunca los pecados que hubiesen cometido. Pero, si una persona justa dejaba de serlo, y comenzaba a hacer lo malo, moriría por culpa de su maldad. El Señor juzgaría a cada uno por su conducta, pues no quería que nadie muriera, antes bien, quería que todos los pecadores se arrepintieran y vivieran para Él; si todos se apartaban de sus malos caminos y volvían a amar al Señor de todo corazón, volverían a vivir. No obstante, Jerusalén terminó siendo como una vid marchitada por el viento, arrancada por la furia y arrojada por el suelo; sus fuertes ramas se secaron, y el fuego acabó con ellas; ni sus jefes, ni sus habitantes, ni sus reyes y gobernantes quisieron oír a Dios, por eso Jerusalén acabó vestida de luto, consumida por el fuego ardiente de su rebelión. 


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