miércoles, 29 de junio de 2016

La Biblia en un año #Dia170

    Salmos 90-97


     Hoy continuamos las declaraciones acerca del amparo de Dios; la persona más segura e indicada para refugiarnos: solo Él. Un refugio es un lugar apropiado para protegerse o defenderse de algo, y ese, ciertamente es nuestro Dios. Él ha sido nuestro lugar seguro de generación en generación; y el que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del omnipotente. Que agradable es tener un espacio donde puedas reposar de las sofocantes y acaloradas circunstancias de la vida, donde puedas estar protegido de los fuertes vientos que arrecian en tu contra, y tener una sombra que te brinda protección frente a las penetrantes temperaturas de las aflicciones. Ese es nuestro hermoso y Altísimo Dios; nuestra mejor defensa, donde encontramos asilo y amparo, donde siempre podemos sentirnos protegidos y resguardados. Que importante es entonces hacer de su presencia nuestra morada, el sitio que siempre queremos habitar para así disfrutar de su protección y abrigo. La consecuencia de nuestra cercanía a Él será invariablemente disfrutar de su ayuda y de su poder; Él es tan maravilloso y tan fiel que se compromete a librarnos, a cubrirnos, a guardarnos; pero, hay algo que debemos hacer nosotros: poner al Altísimo por nuestra habitación; entonces no nos sobrevendrá mal, y ninguna plaga tocará nuestra morada. ¡En las manos nos llevarán sus ángeles para guardar nuestros pies de no tropezar! Lo invocaremos y Él nos responderá, con nosotros estará en nuestras angustias; nos librará, nos glorificará, nos llenará de larga vida y nos mostrará su salvación. Creo que no queda más que decir, el mejor lugar del universo se encuentra en la presencia de nuestro Señor. ¡Aleluya!

    El Señor alegra nuestras vidas con sus obras; son tan grandes y tan profundos sus pensamientos y sus maravillas, que provoca en sus hijos el deseo de cantar y anunciar todas sus misericordias. Él es nuestro Rey eterno, y nos ha mostrado su majestad, su grandeza y su poder; cuando nuestros pies resbalan, su amor inagotable nos sostiene; cuando nuestra mente se llena de dudas, su consuelo renueva nuestra esperanza y nuestra alegría; el Señor es nuestra fortaleza, es la roca poderosa donde podemos permanecer. Nuestro Señor es Dios grande, digno de ser aclamado y enaltecido con júbilo y pasión; entre los pueblos debe ser proclamada su Gloria, y en todos los habitantes de la tierra deben ser conocidas sus maravillas; somos nosotros, sus hijos, sus testigos, los encargados de dar a conocer todos sus prodigios, de que todos puedan saber quien es nuestro Dios; anunciando el día de su salvación y dándole la honra debida a su nombre. Para que toda la tierra tenga conocimiento de todas las cosas asombrosas que Él hace, de nuestras bocas solo deben salir cantos, himnos, maravillas, alabanzas, gozo, alegría, adoración y honor. La luz brilla sobre los justos, y la alegría sobre los de corazón recto. Todos los que hemos creído en su nombre debemos mantenernos alegres en su presencia y alabar continuamente su santo nombre. La verdad, si Él es nuestra morada como leíamos en principio, esto no debería ser ningún sacrificio; nadie nunca se cansa de hablar de lo que AMA. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario