miércoles, 15 de junio de 2016

La Biblia en un año #Dia158

    Salmos 31-36


    El miedo te paraliza, pero la confianza te impulsa hacia adelante; es fácil sentirse seguro y confiado cuando las circunstancias son favorecedoras, pero quizás no nos parece igual mientras estamos batallando con la angustia o el quebranto. David experimentó tormento, aflicción y ansiedad; fue objeto de oprobio y de persecución, sin embargo, supo ir desde el lamento hacia la alabanza declarando que Dios era el dueño de su confianza. Él era su roca y su castillo, la fortaleza de su salvación. Aunque el miedo pudiese asaltarlo, el descansaba en la bondad y en la misericordia de Dios y se esforzaba por tomar aliento en su presencia; así que, vamos a esperar y a confiar en Dios, pues es justamente en lo desafiante en donde es perfeccionada nuestra fe. El salmista también experimentó la dicha del perdón, así como todos los hijos de Dios; mientras callamos nuestras ofensas se lastiman nuestros huesos, como una flor que se marchita al calor del sol; pero cuando confesamos a Él nuestros pecados y no escondemos nuestra maldad, su perdón borra nuestros pecados y rebeldías y es declarada nuestra inocencia. Por eso, con voz fuerte, cantamos y festejamos nuestra liberación.

    De la misericordia del Señor está llena la tierra, por su palabra fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca; toda la tierra debe temer delante de Él, Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió. Que autoridad la de nuestro Dios... El grande, el Rey, el invencible, el fuerte; como no alegrarse en su presencia y alabarle por su poderío y majestad. El Señor bendice al pueblo que lo reconoce como Dios, bendice a la nación que lo acepta como dueño. Nuestro amado Dios cuida siempre a quienes lo respetan y confían en su amor; en tiempos de escasez, no los dejas morir de hambre; su ayuda y su protección son nuestro escudo, por eso confiamos en Él. Nuestra pobreza de Espíritu radica en el reconocimiento de nuestra insuficiencia y de nuestras incapacidades, en declarar que lo que no podemos lograr por nuestras propias fuerzas, es logrado por el gran poder de Dios; por eso, aunque nada tengamos ni podamos ofrecer, cuando clamamos a Él, Él nos oye y nos libra de todas nuestras angustias. Ésta es una gran verdad, y ciertamente que grande es nuestro Dios; digno y merecedor de honra y alabanza en todo tiempo. Hoy digo como el salmista: Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian. Si de algo estoy segura es de que está atento el Señor a la voz de mis ruegos, y su palabra me lo confirma cada día; nuestro Dios redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en él confían.

    Nuestras armas son poderosas para la destrucción de fortalezas y para derribar todo argumento o altivez que se levante en contra del conocimiento de Dios; David, el gran Salmista, estaba totalmente apropiado de sus recursos como hijo de Dios, y constantemente clamaba y rogaba para ser librado de sus enemigos. Debemos entender algo muy bien: Estamos en batalla constante. Satanás anda como león rugiente buscando a quien devorar y debemos permanecer alertas en contra de sus asechanzas con el arma más influyente y poderosa que tenemos: nuestra oración. David no reparo en clamores, y se levantaba en fe para que Dios pudiese librarlo de los ataques de sus adversarios; pedía al Señor que pusiera en vergüenza a todos los que quisieran matarlo, que huyeran avergonzados los que procuraran su mal, que se tropezaran y resbalaran los que buscaban su ruina, y que cayeran ellos mismos en las trampas que habían intentado tenderle. Nuestro Dios es un Dios de poder, que libra del maltrato a los indefensos y a los justos de quienes intentan destruirlos; el Señor todopoderoso no se niega a escucharnos, se levanta y nos hace justicia; por eso siempre le alabaremos y diremos que es un Dios de bondad. Hoy digo como dije hace unos días en una predicación: No debemos tenerle miedo al diablo, es él quien debe tener miedo de nosotros. ¡Vencido está!

    Nuestro Dios es INMENSAMENTE bueno, su amor es tan grande que llega hasta el cielo; tan grande es su bondad que llega hasta las nubes. Su amor es incomparable y bajo su sombra protectora todos hallamos refugio. Su río de bendiciones siempre apaga nuestra sed, solo en Él se encuentra la fuente de vida y solo en su presencia podemos ver la luz. David ciertamente era un hombre de oración; y en la misma forma en la que rogaba al Señor, también sabía darle alabanzas por su gran poder y por todas sus maravillas. No solo le pedía, sino que también lo adoraba con corazón sincero y genuino. La relación entre David y el Señor era realmente hermosa, es evidente en cada una de sus letras; justamente así anhelo que sea la nuestra, y escribir acerca de su presencia en mi vida hasta que me alcancen los días. 







No hay comentarios:

Publicar un comentario