martes, 5 de julio de 2016

La Biblia en un año #Dia171

    Salmos 98-103

    Acabo de regresar de unas pequeñas vacaciones en las que pude escribir durante sólo dos días; aunque la pasé maravillosamente bien, me alegra volver a mi rutina; a mi lectura, a mi cuarto de oración, a mi Iglesia, a mis Ministerios, a mi trabajo, en fin, a todo lo que hago cada día y que se ha convertido en mi estilo de vida. La verdad, aunque disfruto mucho tomarme un tiempo libre de vez en cuando, también disfruto muchísimo mi ritmo de vida diario; ¡Gracias a Dios! Creo que puedo considerar a los Salmos como las canciones más hermosas escritas jamás, y la música que por años le han compuesto los grandes adoradores de Dios, han hecho de estas alabanzas algo magistral. Por sus grandes maravillas y las formas en las que el brazo santo del Señor nos ha salvado, sin lugar a dudas merece cada día una nueva canción. Él debe ser aclamado y alabado con instrumentos de cuerda, con voces melodiosas; con todas las fuerzas y con alegría de corazón. Una cosa tengo clara, no solo por la Palabra, sino por lo que he sentido y vivido desde que conocí al Señor: No hay otro Dios como Él. Su fidelidad la vivo cada día de mi vida, y así como mantuvo su pacto con Israel, lo ha mantenido y lo mantendrá conmigo. El Señor es tan grande, tan poderoso e incomparable, que aún no entiendo como tantas personas pueden rechazarlo por seguir otros dioses que nunca, nunca, podrán igual su Gloria y su poder; repito: No hay otro Dios como ÉL. Como no entrar por sus puertas con acción de gracias, y por sus atrios con alabanzas; ¡Si es que Él es tan bueno! Y su verdad por todas, todas las generaciones. Hoy reconozco una vez más que Él es mi Dios, Él me hizo, soy suya y el es mi Pastor; por eso le sirvo con alegría y cada día voy con gozo ante su presencia, Él es mi felicidad y el motivo de mi canción.

    David hizo al Señor la promesa solemne de caminar en integridad y de tener un reinado limpio y honesto; no quería poner sus ojos en la maldad que lo rodeaba ni quería caminar con los desobedientes; David oró a Dios para apartarse del fraude, de la infamia, y de la mentira, pues sabía que juntarse con malvados y con personas que lo desagradaban iban a desviarlo de mantenerse como un hombre fiel y justo; no obstante servirse de los que anduviesen en camino de perfección y de los fieles de la tierra, iba a traerle bendición. Aunque hoy nosotros no seamos monarcas de grandes y poderosas naciones como David, sí estamos en una posición digna y honrosa como hijos de Dios; y como sus príncipes, descendientes del Rey de Reyes, también debemos clamar al Señor para no perder nuestra integridad, nuestra prudencia y nuestra santidad. El ser cuidadosos en nuestro andar, escoger bien nuestros deleites y propósitos, y el mantener un entorno adecuado y fiel al Señor, es clave para vivir de forma honesta y agradable delante de Él. Todo nuestro ser, alma, cuerpo y espíritu; deben bendecir el santo nombre de Dios. No podemos entregarle solo un área, o solo un espacio de nuestras vidas, para Él debe ser nuestro todo, así como Él también nos convirtió en el suyo dando su vida por nosotros. Muchos creyentes ven al Señor como su salvador, como la persona que les dio vida y perdón de pecados rescatándolos de la condenación eterna; pero sólo un pequeño porcentaje quiere hacer de Él su Señor, el dueño absoluto de toda su existencia. Él es quien perdona todas nuestras iniquidades, quien sana todas nuestras dolencias; el que rescata del hoyo nuestras vidas y nos corona de favores y misericordias; el que sacia de bien nuestras bocas de modo que rejuvenezcamos como el águila; ¿Cómo darle tan poco a quien nos bendice con tanto? ¡Él merece ser el Rey de todos nuestros espacios! Y que toda nuestra vida, en todos y cada uno de sus términos, sea un perfume agradable a sus pies. En todos los lugares de su señorío, bendice, alma mía, a Jehová. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario