Nehemías 11-13
Después de que el Templo de
adoración a Dios fuese reconstruido y el muro de la ciudad levantado, los jefes
de familia se establecieron en Jerusalén, y el resto del pueblo hizo un sorteo
para que uno de cada diez habitantes morase también allí en la ciudad santa;
las otras nueve partes vivirían en las demás ciudades. En las ciudades de Judá se establecieron algunos
miembros de las tribu de Benjamín y Judá; los sacerdotes, los levitas, los
sirvientes del templo y los descendientes de los sirvientes de Salomón, cada
uno en su respectiva población y propiedad. Cuando llegó el día de
consagrar la muralla de Jerusalén, buscaron a los levitas en todos los lugares
donde vivían, y los llevaron a Jerusalén para que celebraran la consagración con
alegría, alabanzas e himnos, acompañados de platillos, arpas y liras. Para esta
dedicación se levantaron dos coros grandes que acompañaban a todas las
autoridades de Judá, mientras los Sacerdotes tocaban las trompetas. Aquel
día se ofrecieron muchos sacrificios, y el Señor llenó a toda la gente de mucha
alegría. Las mujeres y los niños también estuvieron muy contentos, y el
regocijo que hubo en Jerusalén se oía desde lejos.
"Cuando
el gato sale de casa..." Nehemías se ausentó de Jerusalén pues
debía volver a la corte real del Rey Artajerjes en Babilonia; en este tiempo el
Sacerdote Eliasib, quien era el jefe de las bodegas del Templo, permitió que
Tobías el amonita viviera allí en una habitación grande donde se guardaban
las ofrendas de cereales, el incienso, los utensilios y los diezmos de trigo,
vino y aceite, a pesar de que en aquel tiempo se leyó públicamente el
Libro de la Ley de Moisés, el cual específicamente señalaba que los
amonitas y moabitas no debían jamás pertenecer al pueblo de Dios. Cuando
Nehemías volvió a Jerusalén y descubrió esto, se molestó mucho y ordenó
que sacaran todos los muebles de Tobías, y mandó a que purificaran
el lugar. También reprendió a las autoridades del Templo pues se enteró de
que a los ayudantes de los sacerdotes no se les habían dado sus alimentos,
por lo que ellos y los cantores habían tenido que irse a sus propios campos.
Nehemías tuvo que llamar nuevamente a los ayudantes de los cantores y de los
Sacerdotes para volver a colocarlos en sus puestos, y ordenó nuevamente la
correcta distribución de los alimentos.
Además de
todas estas irregularidades, Nehemías también se encontró con que algunos
israelitas no estaban guardando el día de reposo, por lo que también fueron
reprendidos; y otros se habían casado con mujeres de países como
Asdod, Amón y Moab; a éstos Nehemías los reprendió tan duramente que los
maldijo, y a algunos les dio golpes y les arrancó el cabello; además les hizo
prometer que no darían sus hijos e hijas en matrimonio con extranjeros y les recordó
que ese pecado era el mismo que había cometido Salomón y por el cual había
sufrido el juicio de Dios. Nehemías se armó de valor y separó a los
israelitas de los extranjeros y de todo lo que tuviera que ver con
ellos. Luego organizó los turnos de los sacerdotes y de sus ayudantes,
cada uno en su tarea; y también organizó a los que traían la leña, para
que lo hicieran en las fechas indicadas, y ordenó la entrega de los primeros
frutos.
Nehemías
nunca dejó de orar a Dios y de pedirle su dirección en todas y cada una de las
decisiones que tomaba por el bienestar espiritual de su nación, y se esforzó
por hacer cumplir la voluntad del Señor en todo su pueblo; sin embargo, me
parece triste ver que estos judíos tenían que ser prácticamente obligados
a obedecer a Dios, y que siempre tenían que tener alguien frente a ellos
que los emplazara en el cumplimiento de su Palabra; parecía que
estando solos no podían mantener su santidad. Me hizo recordar que a veces
podemos caer en este error como creyentes, siempre necesitando un líder,
un maestro o un Pastor que nos estimule a tener una correcta relación con
Dios y una vida espiritual fortalecida, porque realmente por si mismos no
tenemos intención de conseguirlo. A este espíritu malo hay que reprenderlo
en el nombre del Señor y levantarnos en fe para preservación de nuestra alma.
Tener autoridades espirituales y Sacerdotes de Dios que nos dirijan es algo
grandioso, ellos nos enseñan, nos corrigen y nos bendicen
de múltiples formas; pero nuestra adoración a Dios no depende de
ellos, cada hijo de Dios debe de forma individual buscar su presencia y caminar
cada día en Espíritu y en verdad, dándole a nuestro Señor
esa vida en santidad genuina que El espera y se merece.
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