sábado, 6 de febrero de 2016

La Biblia en un año #Dia36

Levítico 16-17


   Ya en días anteriores vimos con detalle una serie de prácticas que toda la nación israelita tenía prohibido hacer; tanto en normas civiles respecto a su relación con otros, como reglas de adoración para su participación en el santuario, y la función del sacerdote respecto a los sacrificios; así como también, su mantenimiento de pureza en relación a sus alimentos, enfermedades, flujos, partos, entre otros; por eso, frente a esta minuciosa lista de "hacer" y "no hacer", de alguna u otra forma, el pueblo incurriría en alguna falta, ellos no eran perfectos, no guardarían le ley en todos sus puntos; era evidente que pecarían, y el mismo Dios al saberlo (como lo sabe todo) estableció lo que denomina la traducción al lenguaje actual de las escrituras como "El gran día del perdón"; que era aquel día de expiación donde le Sumo Sacerdote entraba al lugar Santísimo para ofrecer sangre fresca sobre el altar, y así cubrir los pecados de la nación; esta acción era realizada una vez al año.

   La expiación es la remoción o liberación de una culpa a través de un tercero, pues era necesario limpiar de pecado al hombre de su impureza civil y ceremonial, lo cual redundaba en una impureza espiritual. Dios dijo a Moisés como debía ser el sacrificio para el perdón de los pecados de la nación: Para el perdón de su propio pecado y el de su familia debía presentar un ternero y por el pecado de los israelitas, dos chivos y un carnero que ellos mismos entregarían. El carnero iba a ser quemado en honor al Señor, uno de los chivos iba a ser ofrecido y otro iba a ser enviado al desierto después de que Aarón pusiese sus dos manos sobre su cabeza, y confesara sobre el todos los pecados e iniquidades del pueblo. Aarón primero presentaría el ternero como ofrenda por su pecado y el de su familia, y con su sangre rociaría la tapa y la parte delantera de la tapa del cofre del pacto; luego presentaría al chivo como ofrenda para el perdón de pecados, llevaría su sangre al Lugar Santísimo y haría lo mismo que hizo con la sangre del ternero. Así obtendría Aarón el perdón de los pecados y purificaría a los israelitas, al Lugar Santísimo y al Santuario. 

    Repito lo de la lectura anterior, gracias a Dios por su gracia y por mi Jesús, el cordero de Dios que quitó de una vez y para siempre el pecado del mundo; por cuya sangre tengo entrada ante el trono celestial. El, herido por mis rebeliones y molido por nuestros pecados, el abogado que tengo en el cielo intercediendo por mi. Mi provisión, mi buen Pastor que su vida dio por mi. La palabra con la que describo lo que siento ahora es: agradecimiento. 


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