Isaías 44-48
Qué bueno es cuando en medio de un
problema difícil, una calamidad, una angustia, alguien te dice: Tranquilo, yo
te ayudo; y si es alguien que realmente puede sacarte del aprieto entonces,
¡Listo! Alivio inmediato... Pues eso precisamente le sucedió a Israel, y no
solo a ellos, sino que también nos sucede a todos los hijos de Dios día tras día,
tras día, tras día; ¡Él es maravillosa e incomparablemente FIEL! Ya el Señor,
grande y todopoderoso, había establecido desde mucho antes de que se cumplieran
todos los sucesos, que Él mismo había mostrado a través de Isaías, las formas
en las que liberaría a su pueblo a través de Ciro, rey de Persia, y como
finalmente destruiría a Babilonia por su idolatría. Él declaró que la ciudad de Jerusalén volvería a ser
habitada, y las ciudades de Judá volverían a ser reconstruidas y
que no estarían más en ruinas. Dios hizo que Ciro llegara a ser rey de Persia, y le permitió
dominar a las naciones y dejar desarmados a sus reyes; el Señor le dio
tesoros escondidos para que Ciro pudiera reconocer que Él era el único Dios, y
que fue Él quien lo llamó por su nombre, y le dio el título de rey para que
salvara a Israel. El Señor hizo triunfar a Ciro, y lo ayudó para que
mediante él Jerusalén pudiera ser reconstruida; este rey pondría en
libertad a los israelitas que vivían como esclavos en el país de
Babilonia, y los liberará sin pedirles nada a cambio.
Dios en su misericordia,
haría triunfar a Israel, los pondría a salvo y les brindaría su honor; más no
sucedería así con los babilonios idólatras; pues todos los que fabricaban
dioses falsos quedarían en vergüenza, y todos esos ídolos serían desafiados por
el único y gran Dios capaz de ofrecer justicia y salvación. Las estatuas en
Babilonia serían derrotadas y tiradas al suelo, pues no tendrían poder para
salvarse a sí mismas y muchos menos a los que las adoraban. Babilonia ya no iba
a llamarse "tierra tierna y delicada", ni iba a poder disfrutar de
lujos y privilegios; pues el Dios santo de Israel iba a vengar en ella la
aflicción de su pueblo, y en su mano poderosa quedaría totalmente desnuda y
destruida. Fue Dios mismo quien en su enojo permitió que lo israelitas fuesen
llevados cautivos a esta tierra, pero Babilonia jamás tuvo compasión de ellos,
los hizo trabajar y los maltrató con una carga muy pesada; por eso, ahora sería
ella quien caería en desgracia y de nada iba a servirle toda su hechicería y
brujería, puesto que quedaría devastada y sin hijos, y nadie iba a poder salvarla.
El Señor reprendió duramente la infidelidad de Israel, y los hizo padecer por
no honrarlo como era debido; no obstante, el Señor tuvo paciencia con ellos,
por respeto a sí mismo; los limpió de su maldad y de todo su sufrimiento. La
dignidad de Israel iba a ser vengada, y mediante el rey Ciro, Dios haría en
Babilonia todo lo que había decidido; con gritos de alegría saldría Israel de
este país, con gritos de júbilo celebrarían y anunciarían su victoria y su
libertad. Dios, el Salvador y el Santo de Israel, ¡Les devolvería la
felicidad!
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