Isaías 40-43
Los
juicios de Dios para con Israel no fueron eternos, pero su misericordia si lo fue; ¡Qué gran
alivio! ¿Cierto? Durante los primeros 39 capítulos de este libro, Isaías estuvo
eficazmente anunciando el juicio venidero de Dios, pero como toda sentencia,
debía terminar un día; así que en los siguientes 27 capítulos veremos que el
consuelo, la compasión y la salvación de Dios también vendrían en camino. Este
pueblo iba a tener descanso, y sin duda también lo tenemos todos aquellos que
hemos decidido convertir nuestras vidas al único, al sabio, al perfecto, puro y
sin mancha alguna, Jesucristo. Después de suficientes mensajes incriminatorios,
Isaías cambia favorablemente su comunicación para consolar al pueblo
que tristemente ha permanecido en angustia; era la hora en que Jehová su Dios
iba a manifestarse con poder y con su brazo firme rescataría a su pueblo. Los
días tristes iban a terminarse, y todos los pecados de Judá iban a ser
perdonados; Él les daría su recompensa, alimentaría su rebaño como un Pastor;
los llevaría en sus brazos y los mantendría cerca de su corazón. El Señor, el
primero y el ultimo, únicamente Él, en su magnificencia pudo haber hecho obras
tan poderosas desde el principio del tiempo, y ese preciso Dios fue el que
escogió a Israel, para cumplir a través de ellos, todos sus planes de Salvación
para el mundo entero. El Señor les dijo: Mi mano victoriosa les dará
fuerza y ayuda; mi mano victoriosa siempre les dará su apoyo.
El
Señor desafió a los falsos dioses frente a la incapacidad de estos para salvar,
pues el único con poder sobrenatural para salvar a Jerusalén era el mismo.
Nadie, nadie, es más grande que Dios; a Él no podemos compararlo, ni puede ser
representado con ninguna imagen; Él tiene su trono muy por encima del
cielo, y nadie puede igualar su nombre. El Señor es el Dios
eterno, el Creador de toda la tierra, Él nunca se debilita ni se
cansa; nadie puede medir la profundidad de su entendimiento. Él da poder a los indefensos y
fortaleza a los débiles. Los ídolos nada pueden hacer, no saben lo que sucedió,
ni lo que depara el futuro; los que los escogen, sólo se contaminan a sí
mismos; todos son simples objetos necios y sin ningún valor, tan
vacíos como el viento. Pero el grande, el todopoderoso, ese sí podía levantar
un Salvador, un escogido, sobre el cual derramaría su Espíritu, y traería
justicia a todas las naciones. El Señor lo daría a los israelitas como
símbolo de su pacto con ellos, y sería una luz para guiar al mundo,
para abrir los ojos de los ciegos y para poner a los cautivos en libertad. Ese
es Jehová nuestro Dios, quien no comporte su gloria ni su alabanza con nadie
más, y quien cumple toda su Palabra; ningún ídolo podrá nunca ser como
Él.
Sólo
mediante la misericordia y el gran amor de Dios, podemos ser testigos de la
llegada del Salvador enviado del cielo, del único redentor; Israel era y aún
es, de gran estima para Dios, honorable, digno de honra y precioso; por ellos
se pagó el rescate más preciado, por ellos se cambiaron las posiciones en la
cruz. Israel fue creado para la Gloria de Dios, fue Él quien los formó; el
Señor los escogió para conocerlos, para creer en Él, y para comprender que él
es el único Dios, no hay otro como Él, ni podrá jamás haberlo. Israel había
agobiado al Señor con su pecado, pero era la hora de borrar sus faltas por amor
a su nombre; aún después de permanecer cautivos en Babilonia, el Dios Santo les
daría libertad, obtendrían su victoria prometida; y entonces, la alegría de los
babilonios se convertiría en dolor. El Señor mismo daría de beber a su pueblo
elegido, a su Israel amado, y todo lo que había sucedido antes, quedaría
borrado para siempre. Que grande es nuestro Dios, y que grande es su amor; hoy
nosotros también somos ese Israel, escogidos, santos, adquiridos, redimidos por
la sangre del cordero… ¡Aleluya!
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