domingo, 21 de agosto de 2016

La Biblia en un año #Dia207

    Isaías 40-43 

    Los juicios de Dios para con Israel no fueron eternos, pero su misericordia si lo fue; ¡Qué gran alivio! ¿Cierto? Durante los primeros 39 capítulos de este libro, Isaías estuvo eficazmente anunciando el juicio venidero de Dios, pero como toda sentencia, debía terminar un día; así que en los siguientes 27 capítulos veremos que el consuelo, la compasión y la salvación de Dios también vendrían en camino. Este pueblo iba a tener descanso, y sin duda también lo tenemos todos aquellos que hemos decidido convertir nuestras vidas al único, al sabio, al perfecto, puro y sin mancha alguna, Jesucristo. Después de suficientes mensajes incriminatorios, Isaías cambia favorablemente su comunicación para consolar al pueblo que tristemente ha permanecido en angustia; era la hora en que Jehová su Dios iba a manifestarse con poder y con su brazo firme rescataría a su pueblo. Los días tristes iban a terminarse, y todos los pecados de Judá iban a ser perdonados; Él les daría su recompensa, alimentaría su rebaño como un Pastor; los llevaría en sus brazos y los mantendría cerca de su corazón. El Señor, el primero y el ultimo, únicamente Él, en su magnificencia pudo haber hecho obras tan poderosas desde el principio del tiempo, y ese preciso Dios fue el que escogió a Israel, para cumplir a través de ellos, todos sus planes de Salvación para el mundo entero. El Señor les dijo: Mi mano victoriosa les dará fuerza y ayuda; mi mano victoriosa siempre les dará su apoyo. 

    El Señor desafió a los falsos dioses frente a la incapacidad de estos para salvar, pues el único con poder sobrenatural para salvar a Jerusalén era el mismo. Nadie, nadie, es más grande que Dios; a Él no podemos compararlo, ni puede ser representado con ninguna imagen; Él tiene su trono muy por encima del cielo, y nadie puede igualar su nombre. El Señor es el Dios eterno, el Creador de toda la tierra, Él nunca se debilita ni se cansa; nadie puede medir la profundidad de su entendimiento. Él da poder a los indefensos y fortaleza a los débiles. Los ídolos nada pueden hacer, no saben lo que sucedió, ni lo que depara el futuro; los que los escogen, sólo se contaminan a sí mismos; todos son simples objetos necios y sin ningún valor, tan vacíos como el viento. Pero el grande, el todopoderoso, ese sí podía levantar un Salvador, un escogido, sobre el cual derramaría su Espíritu, y traería justicia a todas las naciones. El Señor lo daría a los israelitas como símbolo de su pacto con ellos, y sería una luz para guiar al mundo, para abrir los ojos de los ciegos y para poner a los cautivos en libertad. Ese es Jehová nuestro Dios, quien no comporte su gloria ni su alabanza con nadie más, y quien cumple toda su Palabra; ningún ídolo podrá nunca ser como Él. 


    Sólo mediante la misericordia y el gran amor de Dios, podemos ser testigos de la llegada del Salvador enviado del cielo, del único redentor; Israel era y aún es, de gran estima para Dios, honorable, digno de honra y precioso; por ellos se pagó el rescate más preciado, por ellos se cambiaron las posiciones en la cruz. Israel fue creado para la Gloria de Dios, fue Él quien los formó; el Señor los escogió para conocerlos, para creer en Él, y para comprender que él es el único Dios, no hay otro como Él, ni podrá jamás haberlo. Israel había agobiado al Señor con su pecado, pero era la hora de borrar sus faltas por amor a su nombre; aún después de permanecer cautivos en Babilonia, el Dios Santo les daría libertad, obtendrían su victoria prometida; y entonces, la alegría de los babilonios se convertiría en dolor. El Señor mismo daría de beber a su pueblo elegido, a su Israel amado, y todo lo que había sucedido antes, quedaría borrado para siempre. Que grande es nuestro Dios, y que grande es su amor; hoy nosotros también somos ese Israel, escogidos, santos, adquiridos, redimidos por la sangre del cordero… ¡Aleluya!


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