viernes, 5 de agosto de 2016

La Biblia en un año #Dia192

         Eclesiastés 1-6

    En palabras del predicador, hijo de David, rey de Israel, hoy comenzamos un nuevo Libro: Eclesiastés, atribuido tradicionalmente al rey Salomón, y es que en verdad conserva gran similitud con su métrica. Desde el libro de los Salmos y aún antes, aprendimos acerca del carácter transitorio de la vida, así como dice el popular coro: La vida es nada, todo se acaba, solo Dios hace al hombre feliz. De nada nos sirve afanarnos trabajando debajo del sol, pues de la misma forma en que nacemos, un día nos tocará partir de esta tierra y nada nos llevaremos. En la vida realmente nada es nuevo, el sol sale por la mañana, y por la tarde se oculta, y vuelve corriendo a su lugar para salir al día siguiente; lo que antes sucedió, vuelve a suceder; lo que antes se hizo, vuelve a hacerse, así que ciertamente de nada aprovecha a ninguno de los hijos de Dios que sintamos ansiedad por el futuro o lamento por el pasado; simplemente debemos vivir cada día bajo la misericordia de Dios en paz y en alegría de corazón. El escritor de este libro, Rey de Jerusalén, con toda su sabiduría se dedicó a tratar de comprender todo lo que se hacía debajo del cielo, y se dio cuenta de que todas las cosas son vanidad y aflicción de espíritu, lo torcido no se puede enderezar y lo incompleto no puede contarse; entonces decidió ver que de bueno ofrecían los placeres, y se dio cuenta de que eso tampoco puede alimentar vacíos; también propuso alegrar su carne con vino, engrandecer sus obras, edificar casas, plantar viñas, hacer huertos y jardines con árboles de todo fruto; se hizo estanques de aguas, compró siervos y siervas, poseyó grandes cantidades de animales; se amontonó plata y oro y grandes tesoros y provincias; fue engrandecido y aumentado en todo, y no negó a sus ojos ninguna cosa que deseara, ni apartó de él ningún placer; y aún después de ver todas las obras de sus manos, se dio cuenta de que nada satisfacía su alma ni le era de provecho debajo del sol. 

    Todos tenemos un mismo final, y querer encontrar sentido en los placeres pasajeros de la vida es como querer atrapar el viento; después de tantos trabajos, esfuerzos y preocupaciones, ¿qué nos llevamos de este mundo? Lo mejor que podemos hacer es comer y beber, y disfrutar de nuestro trabajo, pues eso es un regalo de Dios, y si no fuera por él, ¿Quién podría comer y estar alegre? Cuando Dios se agrada en alguien, le da sabiduría y conocimientos, y lo hace estar en paz; en cambio, al que desobedece, lo hace trabajar y amontonar mucho dinero, para luego dárselo todo a quien él quiere. Todo tiene su tiempo, y en esta vida todo tiene su momento; cuando Dios nos creó nos dio la capacidad de entender que hay un pasado, un presente y un futuro; sin embargo, por más que nos esforcemos nunca podremos comprender todo lo que el Señor ha hecho. Todo lo que Él ha hecho permanecerá para siempre; a su creación no hay nada que agregarle ni nada que quitarle, Dios lo hizo todo así para que reconozcamos su poder; Si Él nos da mucho, también nos permite disfrutar de lo que nos da; disfrutemos entonces de lo que tanto trabajo nos ha costado, porque es un regalo de Dios, y ya que el Señor nos hace estar felices, dejemos de preocuparnos tanto por la vida.


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