Isaías 9-12
Nuestro Dios no da puntadas sin dedal,
por esa razón, aunque por un poco de tiempo tengamos que padecer, su salvación
siempre vendrá. Israel fue merecedor del juicio anunciado por Isaías debido a
su constante rebelión y a sus incesantes ofensas contra el único y soberano
Dios, pero, también declaró Dios, que no habría siempre oscuridad para el que
se encontrara en angustia, pues, con el nacimiento y el reinado del Mesías,
toda la aflicción que les había sobrevenido sería cambiada en Gloria, y el
pueblo que andaba en tinieblas, vería gran luz. Desde el principio Jesucristo
dividió y marcó la historia: Antes de Él y después de Él, porque es que cuando
Jesús pasa, algo pasa. El nuevo pacto instituido por Dios para con su pueblo se
vería confirmado en la presencia de Cristo en la vida del hombre, tal y como
sigue sucediendo hasta nuestros días, y asimismo, como con su llegada fueron
alumbrados todos los que vivían en oscuridad, hoy mismo Él sigue rompiendo y
disipando todas nuestras tinieblas con su luz. A ese niño dado por Dios, que
nacería con poder para gobernar sobre toda autoridad, se le darían estos
nombres: Consejero admirable, Dios
invencible, Padre eterno, Príncipe de paz. Él se sentaría en el trono
de David, y reinaría sobre todo el mundo y por siempre habría paz; su
reino es invencible, y en su nombre para siempre reinarán la justicia
y el derecho; esto lo permitió el Dios todopoderoso por el gran amor que
nos tiene. ¡Aleluya!
Israel fue advertido y
castigado, el Señor ordenó que los atacaran unos enemigos terribles, quienes de
un solo bocado se tragaron la nación; aun así este pueblo no se arrepintió, ni
busco la ayuda de Dios, entonces el Señor eliminó a todos sus jefes, líderes y
a todos los profetas mentirosos. El Señor no perdonó a sus jóvenes, ni tuvo
compasión de sus viudas ni de sus huérfanos, pues todos se comportaban de muy
mala manera. El rey de Asiria creía no estar bajo las órdenes de Dios, pero
precisamente estaba siendo usado por Él para castigar a Israel, y una vez que
el Señor cumpliera sus planes contra Sión y Jerusalén, también castigaría al
rey Asirio por su orgullo y por su arrogancia. El Dios único y
perfecto se convertiría en una llama de fuego, y en un solo día
quemaría al ejército de Asiria; en ese día, los pocos israelitas que quedaran
con vida volverían a confiar en el Dios de poder, en el Santo de Israel.
Una vez que los
Asirios castigaran a Israel, el enojo de Dios sería contra ellos y
serían destruidos; luego, de la familia de David saldría un nuevo
rey, a quien el espíritu de Dios le daría
sabiduría, inteligencia y prudencia. La alegría de este Rey sería obedecer
a Dios, y por eso sería muy poderoso y siempre haría triunfar la justicia y la
verdad. En la Jerusalén de aquel día nadie haría daño, porque todos conocerían a Dios,
y ese conocimiento llenaría todo el país, así como el agua llena el
mar. El Señor también haría que volviese todo el pueblo que había sido dispersado, y reuniría
a las naciones de Judá e Israel, quienes ya no serían enemigas. En ese día todo el
pueblo de Israel cantaría Dios diciendo: Gracias Dios, porque aunque te
enojaste contra mí, me has consolado; he aquí que Dios es salvación mía, me
aseguraré y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es Jehová, quien
ha sido salvación para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario