domingo, 14 de agosto de 2016

La Biblia en un año #Dia201

    Isaías 21-23

    El juicio continúa, y, aunque Isaías se llenó de lágrimas y de dolor por todo cuanto iba a acontecer, siguió siendo un portador eficiente de Dios en su mensaje a todas las naciones. Como las tormentas que venían del sur, así atacaría un ejército que viene del terrible desierto a Babilonia; todas las estatuas de sus dioses iban a ser hechas pedazos, tendidas por el suelo; los Edomitas también serían enjuiciados y castigados, y la hermosura de Arabia sería acabada, y sus guerreros no tendrían ni con que defenderse. En el Valle de la visión, que es Jerusalén, Isaías sólo veía destrucción y dolor, sus enemigos los rodearon hasta dejarlos indefensos. El Dios todopoderoso aconsejó a los israelitas que debían ponerse a llorar y vestirse de luto en señal de dolor; pero, contrario a eso, al saber que iban a morir, hicieron fiesta y se llenaron de alegría comieron carne y tomaron vino, y por esa razón el Señor no los perdonaría.


    Sebna, funcionario de Judá, también iba a ser sustituido en sus funciones, sería llevado como esclavo a un país lejano, y en su lugar sería colocado Eliaquim, leal servidor de Dios. Eliaquim sería como un padre para los habitantes de Jerusalén y para la familia del rey de Judá; lo que Eliaquim ordenara se cumpliría y nadie podría contradecirlo; no obstante, el también pecaría contra Dios y junto con él, toda su familia y los que en el confiaron. La ciudad de Tiro también sería destruida y su puerto quedaría en ruinas; tanto en Tiro como en Sidón, reinaría la vergüenza, pues el mar ya no les daría riquezas ni sus hijos iban a poder prosperar. Tiro era una ciudad muy antigua y muy alegre, sus comerciantes eran gente muy importante y todo el mundo los recibía con honores, pero el Dios todopoderoso decidió destruirlos para humillar a todos los orgullosos y derribar a los poderosos de la tierra. El Señor mostró su poder en el mar y atacó a las naciones, mandó a destruir las fuertes ciudades de Canaán; asimismo, todos se olvidarían de la ciudad de Tiro por unos setenta años, y cuando esos setenta años terminasen, Dios dejaría que Tiro volviese a tener su actividad comercial, y volvería a tener relaciones comerciales con todos los países de la tierra; pero Tiro no disfrutaría de sus ganancias, sino que se las daría a Dios, y con ellas se comprarían abundantes alimentos y ropas finas para los que adorasen a Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario