Isaías 21-23
El
juicio continúa, y, aunque Isaías se llenó de lágrimas y de dolor por todo
cuanto iba a acontecer, siguió siendo un portador eficiente de Dios en su
mensaje a todas las naciones. Como las tormentas que venían del
sur, así atacaría un ejército que viene del terrible desierto a
Babilonia; todas las estatuas de sus dioses iban a ser hechas
pedazos, tendidas por el suelo; los Edomitas también serían enjuiciados y
castigados, y la hermosura de Arabia sería acabada, y sus guerreros
no tendrían ni con que defenderse. En el Valle de la visión, que es Jerusalén,
Isaías sólo veía destrucción y dolor, sus enemigos los rodearon hasta dejarlos indefensos. El
Dios todopoderoso aconsejó a los israelitas que debían ponerse a llorar y
vestirse de luto en señal de dolor; pero,
contrario a eso, al saber que iban a morir, hicieron fiesta y se
llenaron de alegría comieron carne y tomaron vino, y por esa razón el
Señor no los perdonaría.
Sebna,
funcionario de Judá, también iba a ser sustituido en sus funciones, sería llevado
como esclavo a un país lejano, y en su lugar sería colocado Eliaquim, leal
servidor de Dios. Eliaquim sería como un padre para los habitantes de
Jerusalén y para la familia del rey de Judá; lo que Eliaquim ordenara se
cumpliría y nadie podría contradecirlo; no obstante, el también pecaría
contra Dios y junto con él, toda su familia y los que en el confiaron. La
ciudad de Tiro también sería destruida y su puerto quedaría en ruinas; tanto en
Tiro como en Sidón, reinaría la vergüenza, pues el mar ya no les daría riquezas
ni sus hijos iban a poder prosperar. Tiro era una ciudad muy antigua y muy
alegre, sus comerciantes eran gente muy importante y todo el mundo los recibía
con honores, pero el Dios todopoderoso decidió destruirlos
para humillar a todos los orgullosos y derribar a los poderosos de la
tierra. El Señor mostró su poder en el mar y atacó a las
naciones, mandó a destruir las fuertes ciudades de Canaán; asimismo,
todos se olvidarían de la ciudad de Tiro por unos setenta años, y cuando esos
setenta años terminasen, Dios dejaría que Tiro volviese a tener su actividad
comercial, y volvería a tener relaciones comerciales con todos los países de la
tierra; pero Tiro no disfrutaría de sus ganancias, sino que se las daría a Dios,
y con ellas se comprarían abundantes alimentos y ropas finas para los que
adorasen a Dios.
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