domingo, 26 de febrero de 2017

Sonríe

El corazón alegre es buena medicina, pero el espíritu quebrantado seca los huesos. Proverbios 17:22

¡Sonríe, Cristo te ama! Decimos con lo que parece ser alegría, y luego mudamos nuestros rostros a la verdadera imagen de lo que somos, y dejamos ver lo que sentimos. Después de mi adolescencia y durante mucho tiempo, incluso después de conocer a Cristo, estuve batallando con un espíritu amargado y arrogante. Recuerdo que mientras leía los Proverbios, anhelaba poder convertirme en una persona de corazón alegre que proyectara la imagen de Cristo de una forma real y no solo por apariencia. Muchas fueron las veces en las que me justifiqué por ser una persona de temperamento fuerte, como si eso me diese permiso para vivir disgustada y por eso las demás personas debían soportarlo; cuando lo cierto es que, aunque todos fuimos creados por Dios con cualidades y características únicas, todos debemos cultivar el carácter de Cristo en nuestras vidas; y aprender de Él, quien siempre fue manso y humilde de corazón. Generalmente era mal encarada, o respondía con sarcasmo a los más simples comentarios; permanecía a la defensiva y nada parecía darme gusto; sencillamente le había abierto las puertas al enemigo para que endureciera mi corazón. No fue sino hasta que le di el permiso al Espíritu Santo de sanar todas las frustraciones en mi interior, incluso aquellas que ni yo misma sabía que tenía, que pude encaminarme hacia el gozo y la alegría que debe caracterizar a un hijo de Dios. Las palabras dulces son un panal de miel: endulzan el ánimo y dan nuevas fuerzas. Una persona de fe, encuentra aún en medio de las peores crisis, las más grandes oportunidades, y su deseo de alabar a Dios por todo, es inquebrantable. Son personas que han renunciado a la queja, a los comentarios negativos, a la ira, al desanimo; y que maravilloso es estar rodeado de personas que brindan salud al alma y alegría al Espiritu. Cuando empecé a hacer mis ajustes para sacar de mi toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, lo primero que hice fue aprender a sonreír; a cambiar esas facciones duras en mi rostro propias de una persona malhumorada, por las de una persona agradable, amable y contenta con Dios y con la vida. Luego también cambié mi forma de hablar, deseché las palabras corrompidas y las sustituí por aquellas que alaban a Dios y que dan gracia a los que escuchan; y por ultimo, cambié incluso mis gestos y mis ademanes desafiantes y provocadores, por unos más agradables y cordiales. De este modo, todo empezó a mejorar en mi entorno. Mis relaciones familiares, con mis amistades e incluso con mis hermanos en la fe. Todo lo que el hombre sembrare, eso cosechará; y una persona que brinde amor, esperanza, y gozo, recibirá lo mismo a cambio. Aunque todavía quede mucho por recorrer y aprender en la presencia de Dios, que alegría me da mirar hacia atrás y darme cuenta de que ya no soy la que fui, y aunque no soy perfecta, hago así como el Apóstol Pablo: Prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui salvada por Cristo Jesús.

¡SONRÍE!

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