sábado, 7 de octubre de 2017

Nueva Venezuela

Yo voy a hacer algo nuevo, y ya he empezado a hacerlo. Estoy abriendo un camino en el desierto y haré brotar ríos en la tierra seca. Isaías 43:19

Hace unos días salí de paseo, primero al centro del país (vivo en el interior) y luego un poco más hacia la costa occidental, donde quedan unas de las islas más preciosas del país, los famosos cayos del Parque Nacional Morrocoy. Todo este viaje se originó por la visita de una amiga que tiene ya casi cuatro años viviendo en el Reino Unido, ella, así como tantos otros, forma parte de los venezolanos que ahora son ciudadanos del mundo. Aún teniendo mucho trabajo, compromisos y responsabilidades, decidimos tener ella, otras amigas y yo, un fin de semana muy especial, reunidas luego de un largo tiempo. Yo, a diferencia de un gran porcentaje de personas, nunca he ido al exterior, ni siquiera como turista, y tampoco ha sido mi intención emigrar, no porque lo rechace, sino porque siento que Dios no me ha mostrado ese propósito todavia. Quiero quedarme en mi país y formar parte de los planes de restauración que Jesús tiene con el. Entonces vivo en Venezuela, y no tengo ninguna otra reserva mundial con la cual pueda compararla, sin embargo, digo con placer lo que casi todos en cualquier nación decimos: Mi país es el mejor del mundo. Claro, es el tuyo, así como tu familia, tu casa, tu hogar. Pero, al enfrentarme a tantos desafíos diarios como residente permanente de esta casa grande, y viendo aún más como en este paseo debíamos sumar esfuerzos para poder hacerlo lo más agradable posible, para todas, y en especial para esa amiga que después de algunos años venía a reencontrarse con la tierra que tanto extrañaba, me doy cuenta de que sin pensarlo mucho, y aunque duela, Venezuela no es esa mejor nación del mundo que yo declaro con tanto amor. No quiero escribir acerca de las múltiples hazañas que hacemos todos los habitantes de este país a diario para vivir, incluso en los detalles más simples, basta con que lo vivamos todos y con que Dios lo sepa. Pero si quiero decir, como incluso mientras intentaba inyectarle ánimo a esa amiga cuyo corazón se partió al ver su país, el mio también se entristecía siendo testigo de su dolor y de su muy comprensible inconformidad. Incluso ese paseo que todas soñábamos hacer, se volvió una tarea titánica en muchos sentidos, sin embargo, como buenas venezolanas y creyentes, le pusimos fe, empeño y entusiasmo por lo que terminó siendo un tiempo hermoso y de mucha alegría. Finalmente estar juntas era lo más importante. 


Los venezolanos hemos sido tan fuertes, que lo hemos resistido todo en esta lucha. Cada día, la batalla se ha hecho más fuerte, mas dura, y para algunos, insostenible. Este sistema de gobierno ha hundido a Venezuela en los más crueles estados de depresión política, social, económica y moral; y si me preguntan por lo que algunos llaman remedio, a mi parecer es tan nocivo como la propia enfermedad. Esto ha sido como un cáncer, al que los pacientes deben combatir con un tratamiento igual de agresivo, peligroso y contraproducente como el padecimiento propio. Entonces muchos, al intentarlo todo, prefieren finalmente rendirse en los brazos de Dios y aguardar por un milagro que los salve. Precisamente en ese punto estoy yo, y se que una gran mayoría de hijos de Dios. Hemos renunciado a cualquier remedio alternativo, a cualquier intervención humana, y estamos simplemente esperando por un milagro de Dios que sane y restaure por completo nuestra hermosa nación. Que desde mi punto de vista, si podría ser el mejor país del mundo. Nada de lo que se ha hecho en el estado critico de esta enfermedad ha sido suficiente, quizás es el mismo Dios permitiendo estos puntos de quiebre para volvernos a la total y absoluta dependencia de Él. Una cosa es cierta, Jesús si es suficiente. Y ahora, cuando lo mejor que todos como venezolanos podemos hacer, es confiar incondicionalmente en su poder, vendrá esa salvación divina y portentosa por la cual todos estamos clamando. Venezuela será libre, sana, salva y restituida por la fuerte e inquebrantable mano de Dios. Lo anhelo con todas las fuerzas de mi ser. 

¡Sigue creyendo!

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