viernes, 18 de agosto de 2017

El que dormía

Los discípulos preguntaban asombrados: ¿Quién será este hombre, que hasta el viento y las olas lo obedecen? Mateo 8:27



Una gran tormenta arreciaba en el mar, una tempestad violenta agitaba fuertemente las olas, mientras un pequeño barco intentaba cruzar de una ribera hacia otra. ¿Como llegar a la orilla? Quizás era la pregunta que asaltaba la mente de los tripulantes, quienes, mientras navegaban, veían el agua meterse poco a poco en el interior del barco. El miedo empezó a invadir a los hombres en aquel trayecto, la gran tormenta los hacía temer por sus vidas, el infortunio se apoderó de aquel angustiante momento, hasta que finalmente pensaron que se hundirían. Todos, excepto el que dormía. Jesús era el líder de aquella tripulación, fue quien animó a aquellos hombres a subir en el barco, para que su Palabra y su presencia pudiesen llegar a más territorios y multitudes. Él, estaba en la embarcación, plácido y garante de todo poder; incólume ante el terror, y sereno ante la angustia. Jesús, con una sola orden sentenció al viento y al mar, y así sin más, la gran calma por la que le rogaron sus acompañantes, llegó. ¿Que pasó entonces con la certidumbre de aquellos hombres? ¿Por que la sustituyeron por grandes voces de pánico? ¿Acaso era tal la indiferencia del que dormía? ¿O fueron ellos los que cedieron ante la tentación de la tempestad? Una cosa es cierta, cuando decides adentrarte a nuevos escenarios y horizontes, puedes enfrentarte a la terrible inseguridad de las olas, pues solo lejos del puerto, navegando hacía tu propósito eterno, es donde obtienes mayores victorias. Entonces, la vida suele convertirse en ese mar, grande y profundo, a veces en calma, y otras veces, con fuertes mareas que parecen arrastrarte sin control. Para aquel momento, la obra de Jesús ya se había posicionado como el mayor exponente del poder de Dios en la tierra, y en muchos espacios se había hecho manifiesto su poder. Sin embargo, Él sabía que hacía falta más, había que cruzar el mar. Emplazó a sus seguidores entonces, y estos decidieron voluntariamente ir en pos de Él. Allí fueron probados, y aquel que sin miedo alguno dormía, les demostró una vez más, que podía darle un giro absoluto a cualquier situación. Hoy, Jesús sigue enteramente consciente de que es necesario seguir navegando, mar abierto ante un destino prodigioso en tu andar con Él. Así, que cuando la tormenta de pronto arrecie, y te consuma el deseo de volver a la pacifica orilla, recuerda que no naciste para permanecer anclado en el puerto de tus limitaciones, sino para alcanzar y experimentar los portentosos milagros del timón de Jesús en tu vida. Y si las olas golpean violentamente el barco de tu proceso, no temas en decir: ¡Sálvame Señor, que me hundo! Porque entonces, puedes estar seguro de que despertarás al que dormía. 

¡Sigue a flote!

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