martes, 20 de junio de 2017

Jesús se compadece

Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Lucas 7:13

Ha pasado más de un mes desde la última vez que escribí, y desde esa última vez, ya enfrentaba fuertes pruebas dentro de mi familia que aún no había compartido. Dos de mis tíos muy amados, fueron diagnosticados con cáncer, de los cuales, ya perdí uno el pasado 02 de junio; justo tres días después de mi cumpleaños. Fue el único cumpleaños en el cual no recibí su llamada, ni su beso, ni su abrazo. Mientras todas estas cosas han estado sucediendo, me he aferrado a mi fe, ¿Qué otra cosa puede hacer un creyente? Y cuando iba al funeral de mi tío, teniendo a mi otra tía enferma en cama, sentía como la tristeza golpeaba poco a poco mi corazón; fue entonces cuando me di cuenta, una vez más, cuan importante y valioso es tener a quien ir en momentos de desolación. Mi Jesús, la fortaleza mi vida. Después de enterrar a mi tío, tuve que viajar con mi familia para hacernos cargo de asuntos relacionados con mi tía, quien además es mamá de una preciosa princesa que llena de alegría nuestros hogares. Una noche mientras estaba fuera, cuidando a mi primita, rogando y clamando por su mamá, y pidiendo a Dios por una respuesta, recordé la porción de las Escrituras que se encuentra en el Evangelio según Lucas, capitulo 7:11-17, Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín. Solo Dios, infinita fuente de sabiduría y verdad, sabía porqué había traído ese pasaje a mi mente; es que yo misma me encontraba sedienta de consuelo. Cuando Jesús iba hacia Naín, una ciudad perteneciente a la región de Galilea, vio una procesión fúnebre, en la cual el difunto, era el hijo único de una viuda, a la cual, mucha gente del pueblo acompañaba. Cuando Jesús la vio, sintió compasión por ella y le dijo: No llores. Lo mismo sentí que me dijo a mi esa noche. Luego se acercó al ataúd, lo tocó, y le ordenó al joven que se levantara. Entonces el joven muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús lo regresó a su madre. Dos realidades se hicieron más fuertes para mi esa noche: Una, que en medio de la tristeza y el pesar, Jesús es y será siempre nuestro mayor y mejor consuelo; y segundo, que es y siempre será el Dios de los milagros. Esta viuda recibió misericordia, ternura, y solidaridad de parte de Jesús, quien además tuvo a bien, devolverle a su hijo. Un joven que fue levantado de su propio funeral. En medio de este tiempo duro, todos en mi familia hemos sido procesados de diferentes maneras, y probados en muchas más; y aunque cada día se ha presentado como una verdadera batalla, en todas, Dios nos ha dado la victoria. Para la Gloria de Dios Padre, mis dos tíos han entregado su corazón a Jesús, y aunque ya uno de ellos tuvo que partir con Él, ambos recibieron el mayor de los milagros: La Salvación de sus almas. No obstante, así como esa viuda, deseo recibir la otra parte, por la cual he estado de rodillas intercediendo delante del Señor: Anhelo la sanidad de mi tía; y sé que la imposibilidad no existe en el terreno de mi Dios. Hoy, sigo aferrada a mi fe, mi tesoro más grande. Y aunque en estos días, muchas lagrimas han corrido por mi rostro, la compasión y el consuelo de Jesús se han hecho patentes para enjugar cada una de ellas. Él es, en definitiva, la paz en medio de la tormenta, una fuerza sobrenatural que no puede explicarse, es necesario vivir. Gracias Dios, tu estás con nosotros. 




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